lunes, enero 23, 2006

VTP. Cap VI. Los Soportales Prohibidos. Ultima Parte

Parte IX. La Emboscada II parte.

Entregada como estaba mi atención a explorar y regodearme en mi triste sentimiento de derrota justo en el umbral de la gloria, no reparé en mi primo Josito, el pelirrojo, que se estaba trasformando gracias a un rayo de sol filtrado entre los algarrobos y mil veces reflejados por los espejos de la colada blanca; en el Niño Antorcha. Lejos de sentirse derrotado se le estaba llenando el pelo de una ira terrible, despeinándoselo a lo Son Goku. Cuando le miré se le estaba prendiendo el cuero cabelludo, en medio de un ácido olor a cuerno quemado, y de las manos ya le salía una tímida llamita azul.

- Prima, tú los de detrás y yo los de delante.

Hizo su amago de megapatada Bruce Lee, gritando “kia y chas”, yo di una voltereta y recogí la pala espada y la espada rastrillo que también se habían quedado desperdigadas sombrías por el suelo, recién trasformadas en metralletas y apuntando grité:

- “Ta…, ta, tacatatacatata”.

Y cual fue mi asombro cuando dos niños se tiraron heridos al suelo, acostumbrada como estaba al “que no me has dado y el vale que llevaba chaleco antibalas” de los críos de mi patio.

Mi primo recogió la piedra ladrillo-marca la senda, desplegamos las alas de Red Bull, las de mi primo eran alas encendidas de Ave Fénix, gigantes soltando rugidos de combustión espontánea. Volamos hacia el arco de medio punto haciendo zigzag para que las balas no nos alcanzaran, seguidos por los niños de los Soportales Prohibidos.

Las ráfagas de las metralletas levantaban muros de polvareda en la tierra lavada.

Atravesamos la frontera hasta nuestro patio, los niños que corrían tras nosotros frenaron en la boca del túnel tren con arco de medio punto de los Soportales Prohibidos, conscientes de que, si se adentraban un poco más en nuestra frontera, se quedarían enganchados sin remedio en nuestros tendidos de alambre de pinchos imaginarios, y serían tiroteados desde las torres de vigías invisibles.

Mi primo daba saltos de alegría. “uno contra tres, prima” gritaba y les hacia cortes de manga a los niños, que en la boca del túnel gritaban:

- “No volváis por aquí”.

Subimos a nuestras casas sin que nuestras madres sospecharan nada de nuestra aventura. Buceamos en el colchón de lana, repescamos nuestras notas y las destruimos.

Mi primo estuvo contando semanas nuestra aventura de “uno contra tres”. Cada vez que la contaba yo pensaba:

“Pobre niños, encerrados para siempre en un inmenso Anuncio de Ariel, entre el “Corredor del Pico” y el túnel tren con arco de medio punto de los Soportales Prohibidos del Vallecas al estilo Twin Peaks.”

Fin del capítulo.

miércoles, enero 18, 2006

VTP. Cap VI. Los Soportales Prohibidos. Novena parte.

Parte IX. La emboscada.

Nos rodearon, 3 por delante y 3 por detrás, nos apuntaban con sus Kalashnikov-Palos.

- “Arriba las manos y soltad las metralletas”- dijeron señalando nuestra pala espada y nuestras espada rastrillo.

Estuve a punto de decirles, envalentonada como andaba después de tanta aventura que “que metralleta ni que niño muerto, que éramos piratas bucaneros, que habíamos abordado tierras inexploradas en los confines del océano y que, como bandidos piratas con código de honor habíamos decidido dejar los mosquetones en el barco, porque llevar armas de fuego a las nuevas civilizaciones era una canallada, y que, desde las distancia con la que nos apuntaban con sus Kalashnikov- Palos que era aproximadamente distancia de “ay que te pincho en los riñones”, habernos apresado no tenia ningún merito. Y que además les iba a dar igual disparar porque teníamos superpoderes que nos habían permitido salir sanos y salvos del “Corredor del Pico”, donde seguro que ellos se cagarían si entraran".

Pero como siempre me pasa en estas situaciones, me dio un ataque de mudez repentino provocado por mi falta de cálculo, mi exceso de prudencia, un miedo traga saliva y un instinto extraño que es otro de mis superpoderes y que me decía que estos niños eran por lo menos del “Frente Polisario” y que más nos valía entonces convertirnos en “Comando” y llevar metralleta, lanzagranadas y dos líneas negras en la cara pintadas con los dedos.

- “Venga, las pinzas que son de nuestras madres”.

Como teníamos las manos en alto y nos estaban apuntando con sus kalashnikov-palos, el jefe ordenó que nos vaciaran los bolsillos. Las pinzas se desparramaron por la arena lavada. Vimos caer la piedra- ladrillo marca la senda, cayó como lo haría cualquier otra piedra de poca monta pero nos llenó la boca de un superbuchito de derrota, las alas de Red Bull se nos estaban pudriendo como una monda de manzana del día anterior.

- “Llevadles, contra la pared”

Ala, encima íbamos a morir fusilados, sin juicio previo ni petición de rescate a Peter Koyote ni a Pedrito el de la Señá Carmen.

Las pinzas se quedaron abandonadas. En medio de la contienda de guerrillas en las que se había convertido nuestra aventura, un helicóptero de Apocalipsis Now elevándose por encima del patio de colada vería su dibujo como el de los desperdigados restos de equipo vietnamita, abandonado por una patrulla de reconocimiento recién atacada con Napal. Creaban una estampa de desolación que amenazaba con espachurrar por el peso del desánimo mi nueva percepción Espanto – Alicia – Arácnida, junto con los demás superpoderes que aún no había descubierto pero que sabía que tenía porque me habían sacado del trance en el “Corredor del Pico”.

Me dejé conducir, a golpe de riñón Kalashnikov Palo hacia el rincón. Yo era un superman adolescente desmañado recién trasladado a un apartamento del plan vivienda Trujillo, decorado con la colección de teteras de porcelana de RBA editores.

Continuará…

lunes, enero 16, 2006

VTP. Cap VI. Los Soportales Prohibidos. Octava Parte

Parte VIII. El Corredor del Pico


Yo era Terminator II y el nitrógeno helado me iba endureciendo la piel. Mis nervios se trasformaron en un pajitas de mimbre apretándose, tejiéndose, y pinchándome la garganta para que no gritara.

Me quedé allí pasmada transformada en una especie de Han Solo Almodovariano congelado en el fondo de una canasta grande de secar los ajos, en lugar de en carbonita, pero como la misma artritis repentina en los dedos de las manos.

Mi percepción se abrió como los geranios en los maceteros de los patios de colada, o como el techo de la base subterránea del Dr. Maligno antes de mandar un cohete cargado de discos de Bustamante al palacio de Bukingham.

Mis ojos parecían, dilatados por el espanto, unos ojos de dibujo de película manga. A través de ellos pasaban las imágenes del millón de yonkis tirados en el callejón, algunos de ellos se pinchaban en los tobillos y los brazos. Uno se estaba abriendo una brecha en el hombro, con un cristal de litrona.

El tiempo se había detenido y yo, sin querer, me hice pequeñita, pequeñita como Alicia en el País de las Maravillas, sólo que en el callejón húmedo en plena siesta de agosto del Vallecas del estilo Twin Peaks. En lugar de caerme por la madriguera del conejo, me fui a asomar saltando de pestaña en pestaña, a los ventanales empañados y aguados de los ojos de un tío que estaba colgado. La expresión de su cara se había recogido para dentro, y se había marchado a retorcerse, junto con sus tripas, en una masa flotante, allí en los confines de su cráneo. Era una masa seca y dura igualita a un limón que se te olvida en la puerta de la nevera.

Entonces su expresión regresó de repente, vino a golpearse contra la ventana empañada y aguada de sus ojos, en la que yo estaba asomada. Venia volando suicida, como volaría un gorrión encerrado en las torres Kio al que le han descorrido las persianas al amanecer. Me dio un susto de muerte. Aquel pibe dijo:

- “Piraos de aquí niños”.

- “Corre prima, corre”- me dijo Josito.

Guié a mi primo a toda velocidad entre patios y callejones laberínticos, aprovechando mi recién adquirida percepción Espanto-Alicia-Arácnida, lejos del “Corredor del Pico” y concentrada en seguir las muescas que habíamos dejado marcadas.

Estábamos a punto de adentrarnos en la oscuridad del túnel tren con arco de medio punto y salir de los Soportales Prohibidos. Nuestras alitas Red Bull del empeine de los pies empezaron a aletear y nos llevaban ya levitando por encima de las losetas de rombos de la acera. Estábamos a punto de salir sanos y salvos, habíamos descubierto el porqué y nos llevábamos un tesoro de pinzas en los bolsillos. Nadie nos seguía desde el “Corredor del Pico” porque era imposible alcanzarnos gracias a nuestros nuevos superpoderes.

Nos metimos en la oscuridad sacando pecho al estilo atleta de Carros de Fuego, de pronto nuestras alitas pararon su aleteo, sin estar aún fuera de los Soportales. Mi percepción Espanto-Alicia-Arácnida ordenó a mis pies echar el “freno macareno”. Emboscados en el velo negro renegro del túnel estaban unos niños esperándonos armados con palos.

- “Cogedlos” – gritó uno.


Continuará…

jueves, enero 12, 2006

VTP. Cap VI. Los Soportales Prohibidos. Septima Parte

Parte VII. Los Callejones

Caminamos entre estrechos callejones y amplios patios encapotados por altos algarrobos. En los patios de colada nacían las sombras. Las sábanas blancas, empalmadas unas con otras formaban muros blancos donde se retostaba la luz de la siesta, en la humedad de detrás, se criaban unas sombras rechonchas y regordetas con olor a Jabón de Marsella y a almidón que luego se iban a perfumar los cuartos de persianas bajadas de las casas de renta antigua del Vallecas al estilo Twin Peaks.

Algunas sombras rebeldes se fosilizaban por el camino, agriadas por el olor a azufre del que echaban las viejas en las esquinas para que no se mearan los chuchos, y se quedaban tiesas y estancas en los callejones estrechos, entre patio y patio. Allí nos adentrábamos cada vez más envalentonados mi primo Josito y yo. Las bestias nos echaban su aliento húmedo y fétido en el cogote, desde detrás de las ventanas de los bajos enrejados de hierros pintados con minio, desde la penumbra de las habitaciones amodorradas por el calor de sobremesa de los Soportales Prohibidos. Yo cubría las espaldas de mi primo con muchas agallas, pero metiendo las orejas dentro del cuello caja de mi camiseta del Naranjito.

Unos metros por delante de nosotros, hacía el callejón una curva. De la curva salía un susurro sospechoso arremolinando pelusas. Parecían las lejanas voces del akelarre a Sibah-Sácame el corazón de “Indiana Jones en Busca del Arca Perdida”, y eso debía de habernos hecho más precavidos, pero en la época del Vallecas al estilo Twin Peaks ni Indiana había nacido, ni tenía michelines, ni nosotros llevábamos látigo ni cazadora de cuero. Nosotros llevábamos pala espada y espada rastrillo, los bolsillos llenos de pinzas de la ropa de madera inflada, una piedra de arcilla roja de ladrillo en la mano que nos marcaba la senda, y una euforia que no nos cabía en el pecho.

Antes de doblar la esquina reunimos al comité de intelegencia y logística para determinar los posibles peligros y las posibles estrategias de combate a seguir. El proceso consistió en que mi primo dijo:

- Prima, vale que somos marineros que hemos desembarcado, y vale que hay unos malos que están robando a los pobres indios la cosecha de chocolate, y vale que nosotros dábamos un salto y decíamos “dejadles villanos”, y sacábamos las espadas, y vale que ellos tienen una bestia grande que es su arma secreta y nos la azuzan y justo cuando salta hacia mí yo la esquivo, y le clavo la espada entre las patas delanteras, y entonces cae con un último suspiro y los malos huyen.

Y entonces yo aprobé el brillante plan de mi primo Josito con un sonoro “VALE”. Contamos un, dos, tres y de un salto giramos la esquina desenvainando la pala espada y la espada rastrillo.

- “Dejadles Villanos”- gritamos a la par.

Y a la par se nos heló la sangre y las rodillas se nos volvieron de cristal.

Continuará….

martes, enero 10, 2006

VTP. Cap VI. Los Soportales Prohibidos. Sexta Parte.

Parte VI. Al otro lado del túnel.

Entré en el túnel tren con arco de medio punto que conducía a los Soportales Prohibidos embistiendo la oscuridad, con los ojos cerrados y la cabeza gacha.

Estaba preparada para un camino de baldosas amarillas y espantapájaros que hablan.

Estaba preparada para una torre de hielo en mitad de la nada.

Estaba preparada para un oscuro bosque de lianas, para una ciudad con coches volantes y para extrañas criaturas con lenguajes guturales.

Pero lo que no me esperaba es encontrarme a mi primo con una amplia sonrisa y un nuevo brillo en el pelo contemplando extasiado el anuncio de Ariel más bonito y grande del mundo.

Coladas blancas se mecían en una brisa jabón de lavanda. Enormes velas de bucanero con encajes plateados colgaban de altos árboles sombreando la tierra lavada. Un tesoro maravilloso aparecía arrojado a nuestros pies. Nos llenamos de él los bolsillos, vaciándolos de toda culpa, pues ¡que contentas se iban a poner nuestras madres cuando les llevásemos millones de pinzas para cerrar las bolsas de macarrones y hacer ballestas, pistolas y pinballs!.

Con calzoncillos negros en la cabeza jugamos a piratas entre los velámenes de los barcos de corsario practicando la esgrima con nuestra pala espada y nuestra espada rastrillo. Cuando ya teníamos los nudillos colaraos de parar tanta estocada sin guantelete ni cazoleta nos disfrazamos de fantasmas. Del cielo azul esperábamos ver caer, deslizándose entre el algodón 100 por 100, al oso de Mimosín soplando flores.

- "Prima, ven corre".

Mi primo Josito, el pelirrojo, había descubierto un callejón pequeño que nos abría el camino a un laberinto de corredores y de patios de colada. Con un cachito de ladrillo hicimos una muesca en la entrada, que, aunque fuésemos niños de inocencia preservada por Walt Disney y los dos rombos, erámos bastante más listos que Pulgarcito a la hora de señalar el camino de vuelta.

Nos adentramos en el laberinto de patios del Vallecas al Estilo Twin Peaks con las espadas bien ceñidas en sus cintos y los bolsillos cargados de pinzas de la ropa infladas por el agua.

Continuará…

jueves, enero 05, 2006

VTP. Cap VI. Los Soportales Prohibidos. Quinta Parte

Parte V. Misión soportales.


Nos despertamos mi primo Josito y yo, él en la casa de enfrente de la mía, con Magdalenas y Colacao que le ponía su madre La Miguela. Yo con pan tostado estilo estufa bombona de butano de los sábados, que hacían mis hermanos pinchando el pan de ayer con un tenedor y acercándolo a la estufa, con mantequilla calentita casi derretida y perol de leche hervida con su nata y azúcar, servida en un vaso de nocilla que me calentaba las manos.

Mientras resoplaba la leche apartando la nata, que se agitaba en la leche caliente con tiritona, me iba sumiendo en el estado melancólico de marinero de Ulises que lleva 10 años sin comer tostadas estilo estufa bombona de butano y encima vienen las sirenas a cantarle. Junto a esa melancolía se mezclaba el otro sentimiento, el de irrealidad, propio de las situaciones que te empujan a superar tus propios límites o no regresar nunca.

Siguiendo el plan trazado escribimos una pesada nota expiatoria de nuestro delito, por si no regresábamos, y la metimos debajo de la almohada. La mía decía así: “Mamá nos vamos a los Soportales Prohibidos porque no nos has explicado el porqué”. En ella cargamos kilo y cuarto de nuestra culpa, para que la llevara mi madre de metro cincuenta castaña caoba kolestint en el caso de que no regresásemos. La pesada nota se sumergió entre el oleaje de organdí de la colcha hasta las profundidades del colchón de lana.

A las tres y media vino a buscarme mi primo Josito, el pelirrojo, “Tía Antonia, Tía Antonia”. Yo bajé las escaleras de dos en dos sin atreverme a volverme, vaya que mi madre reparara en mis marchitas alitas red bull de los pies o viera el otro cuarto kilo de culpa y remordimiento asomándose por mis bolsillos.

Disimulamos en el patio un rato con la arena, con nuestras dos espadas camufladas de pala y rastrillo de playa. El silencio de la siesta se fue comiendo el olor de salchichas Frankfurt plancha de los mediodías de los sábados del Vallecas al estilo Twin Peaks.

Salió una señora y le quitó el nudo a la persiana de madera descascarillada de verde oscuro que se descorrió para abajo con un cataclac cataclac. La señora infierno vertió su tapperware de agua por el pollete de la ventana. El cielo se tiñó de naranja, una suave brisa trajo los acordes de una banda sonora de Ennio Morricone, el pelo rojo de mi primo Josito ardía en las luces de la siesta. Mientras colgaba su pala espada del cinturón del pantalón acampanado de pana se le endureció la determinación en la cara hasta el punto de poder encender cerillas en el rascador de sus mejillas llenas de pecas.

Ensayamos de nuevo nuestro silbido secreto, cerrando las manos fuertes en los labios y después aleteando con los dedos.

-“fiu fiu”.

Llegamos a la boca del túnel tren con arco de medio punto que conducía a los soportales prohibidos. Siguiendo las modernas técnicas de combate aprendidas en las películas de la sobremesa, mi primo Josito encabezó la misión de reconocimiento mientras yo le cubría desde la entrada.

- “Cúbreme”- dice mi primo Josito a las puertas de la sombra del túnel.

Mi primo Josito dió un paso, con el brazo por delante e introduce la mano en la oscuridad. Desde mi posición de guardia ví como millones de nanorobots arácnidos oscuros le iban escalando por el brazo convirtiendo su piel en oscura piedra de cima de los pirineos. Dió un paso más y el túnel le apagó su pelo rojo. Mi primo Josito el pelirrojo siguió caminando hasta que la oscuridad le engullió por completo. Pasaron unos segundos largos y estirados en el agujero negro con conexión interdimensional del túnel tren con arco de medio punto que conduce a los Soportales Prohibidos.

- Jositoooo, ¿estas ahí?- mi voz titilineó con miedo, igualito que una llamita de vela de tarta de cumpleaños.

Y al otro lado del túnel se oyó un:

- “fiu fiu”

Continuará

miércoles, enero 04, 2006

VTP. Cap VI. Los Soportales Prohibidos. Cuarta Parte

Parte IV. El resquicio legal.

- Mamá, ¿verdad que los niños chicos no se pueden poner bolsas del Súper Ferrandis en la cabeza?

- Verdad

- ¿Y por qué?

- Pues porque te puedes asfixiar.

- Mamá ¿verdad que los niños chicos tampoco pueden tomar vasos de casera y si acaso un culillo con una gotitas de Aerored?.

- Verdad

- ¿Y por qué?

- Pues porque las burbujas hacen que te duela la tripa.

- Mamá ¿verdad que los niños chicos no pueden coger a mi hermana La Rosita?.

- Verdad

- ¿Y por qué?

- Pues porque aún es un bebé muy tiernecito y se puede hacer daño.

- Mamá.

- ¿Queeee?.

- ¿verdad que los niños chicos no pueden bañarse en los charcos, y, aunque sea verano, y aunque haga calor y aunque el agua esté mas limpia que la del Alberche?

- Ay hija, Verdad.

- ¿Y por qué?

- Pues porque están sucios y tienen gérmenes.

- Mamá.

- Hija ya está bien.

- Pero…, ¿verdad que los niños chicos no pueden entrar en los soportales prohibidos?.

- Verdaddddd

- Y ¿por qué?.

- Calla ya, hija, que no te callas ni debajo de agua, de verdad que yo no sé que estás barruntando.

El resquicio legal se abrió bajo mis piernas como el abismo de Helm. Aquella noche me asomé a su profunda oscuridad de sudar la gota gorda. El destino de mi primo Josito y el mío estaba trazado. Mañana a la hora de la siesta nos adentraríamos sin remedio en el túnel tren con arco de medio punto que conducía a los soportales prohibidos. Al pensarlo mis alitas red bull del empeine de mis pies se acurrucaban como las de los gorriones en una supertormenta de verano.

Continuará.

lunes, enero 02, 2006

VTP. Cap VI. Los Soportales Prohibidos. Tercera Parte.

Después de la operación enchufe se promulgó un nuevo decreto-ley en casa: “Las cosas se prohíben siempre dando un porqué”.

En frente del portal de mi nueva casa estaban los “soportales prohibidos”, me lo dijo mi primo Josito, el pelirrojo, único al que conocía al principio de la mudanza desde Cucarachalandia.

Mi primo llegaba en frente de la terraza de la cocina cerrada con aluminio y cristal opaco de cuadraditos y gritaba:

- “Tía Antonia”, “Tía Antonia”.

Mi madre de metro cincuenta castaña caoba- kolestint salía a la terraza y decía:

-“¿No subes hijo?”

Y él contestaba:

- “Que si se puede bajar La Mari”.

Ya estaba yo con las bambas puestas en la puerta, saltaba el último tramo de la escalera al estilo Spiderman, esquivaba el filo mortal de aluminio de la puerta grande del portal y mientras corría a doblar la esquina hacia el patio, oía la voz diminuta llamándome desde las sombras del túnel tren con arco de medio punto que conducía a los soportales prohibidos, la misma que salía de los enchufes de Cucarachalandia. Me encontraba con mi primo en el patio, miraba hipnotizado el claroscuro del arco, como si estuviese viendo en las sombras dos tizones encendidos ojos de lobo.

Jugábamos con la arena del patio, a polis y ladrones con pistolas de corchopán y a pintar habitaciones con tiza yeso de la incipiente Colonia Nueva Delhi, y lo hacíamos con la misma despreocupación de subirte en el metro abarrotado con la mochila en la espalda. Es una despreocupación media alerta constante sopla cogote. Un viento gélido salía siempre del túnel tren con arco de medio punto que conducía a los soportales prohibidos, un viento gélido que te alborotaba los pelos de la coronilla, y eso es algo que un niño de 5 años no puede aguantar. Mi primo Josito y yo sabíamos que tendríamos que hacer una incursión a los soportales prohibidos al igual que sabíamos que más tarde o más temprano tendríamos que atrevernos a mirar debajo de la cama cuando nos apagaban la luz.

Y lo decidimos. Nos ocupamos toda la tarde en preparar la incursión a los Soportales Prohibidos. Nos habían crecido cuatro alitas diminutas red bull en el empeine de los pies, dos en cada pie y, cuando saltábamos desde el bordillo, dábamos un doble pasito en el aire antes de pisar otra vez tierra firme. Nos sentíamos ligeros como héroes que por fin iban a enfrentarse al misterio.

Si salíamos vivos, tendríamos que haber operado a través del resquicio legal por el que poder saltarnos la prohibición de los soportarles sin convertidnos en proscritos para siempre de mi calle de Spaghetti Western. Y yo ya tenía una ligera idea de cómo abrir ese resquicio.

Continuará