VTP. Cap VI. Los Soportales Prohibidos. Tercera Parte.
Después de la operación enchufe se promulgó un nuevo decreto-ley en casa: “Las cosas se prohíben siempre dando un porqué”.
En frente del portal de mi nueva casa estaban los “soportales prohibidos”, me lo dijo mi primo Josito, el pelirrojo, único al que conocía al principio de la mudanza desde Cucarachalandia.
Mi primo llegaba en frente de la terraza de la cocina cerrada con aluminio y cristal opaco de cuadraditos y gritaba:
- “Tía Antonia”, “Tía Antonia”.
Mi madre de metro cincuenta castaña caoba- kolestint salía a la terraza y decía:
-“¿No subes hijo?”
Y él contestaba:
- “Que si se puede bajar La Mari”.
Ya estaba yo con las bambas puestas en la puerta, saltaba el último tramo de la escalera al estilo Spiderman, esquivaba el filo mortal de aluminio de la puerta grande del portal y mientras corría a doblar la esquina hacia el patio, oía la voz diminuta llamándome desde las sombras del túnel tren con arco de medio punto que conducía a los soportales prohibidos, la misma que salía de los enchufes de Cucarachalandia. Me encontraba con mi primo en el patio, miraba hipnotizado el claroscuro del arco, como si estuviese viendo en las sombras dos tizones encendidos ojos de lobo.
Jugábamos con la arena del patio, a polis y ladrones con pistolas de corchopán y a pintar habitaciones con tiza yeso de la incipiente Colonia Nueva Delhi, y lo hacíamos con la misma despreocupación de subirte en el metro abarrotado con la mochila en la espalda. Es una despreocupación media alerta constante sopla cogote. Un viento gélido salía siempre del túnel tren con arco de medio punto que conducía a los soportales prohibidos, un viento gélido que te alborotaba los pelos de la coronilla, y eso es algo que un niño de 5 años no puede aguantar. Mi primo Josito y yo sabíamos que tendríamos que hacer una incursión a los soportales prohibidos al igual que sabíamos que más tarde o más temprano tendríamos que atrevernos a mirar debajo de la cama cuando nos apagaban la luz.
Y lo decidimos. Nos ocupamos toda la tarde en preparar la incursión a los Soportales Prohibidos. Nos habían crecido cuatro alitas diminutas red bull en el empeine de los pies, dos en cada pie y, cuando saltábamos desde el bordillo, dábamos un doble pasito en el aire antes de pisar otra vez tierra firme. Nos sentíamos ligeros como héroes que por fin iban a enfrentarse al misterio.
Si salíamos vivos, tendríamos que haber operado a través del resquicio legal por el que poder saltarnos la prohibición de los soportarles sin convertidnos en proscritos para siempre de mi calle de Spaghetti Western. Y yo ya tenía una ligera idea de cómo abrir ese resquicio.
Continuará
En frente del portal de mi nueva casa estaban los “soportales prohibidos”, me lo dijo mi primo Josito, el pelirrojo, único al que conocía al principio de la mudanza desde Cucarachalandia.
Mi primo llegaba en frente de la terraza de la cocina cerrada con aluminio y cristal opaco de cuadraditos y gritaba:
- “Tía Antonia”, “Tía Antonia”.
Mi madre de metro cincuenta castaña caoba- kolestint salía a la terraza y decía:
-“¿No subes hijo?”
Y él contestaba:
- “Que si se puede bajar La Mari”.
Ya estaba yo con las bambas puestas en la puerta, saltaba el último tramo de la escalera al estilo Spiderman, esquivaba el filo mortal de aluminio de la puerta grande del portal y mientras corría a doblar la esquina hacia el patio, oía la voz diminuta llamándome desde las sombras del túnel tren con arco de medio punto que conducía a los soportales prohibidos, la misma que salía de los enchufes de Cucarachalandia. Me encontraba con mi primo en el patio, miraba hipnotizado el claroscuro del arco, como si estuviese viendo en las sombras dos tizones encendidos ojos de lobo.
Jugábamos con la arena del patio, a polis y ladrones con pistolas de corchopán y a pintar habitaciones con tiza yeso de la incipiente Colonia Nueva Delhi, y lo hacíamos con la misma despreocupación de subirte en el metro abarrotado con la mochila en la espalda. Es una despreocupación media alerta constante sopla cogote. Un viento gélido salía siempre del túnel tren con arco de medio punto que conducía a los soportales prohibidos, un viento gélido que te alborotaba los pelos de la coronilla, y eso es algo que un niño de 5 años no puede aguantar. Mi primo Josito y yo sabíamos que tendríamos que hacer una incursión a los soportales prohibidos al igual que sabíamos que más tarde o más temprano tendríamos que atrevernos a mirar debajo de la cama cuando nos apagaban la luz.
Y lo decidimos. Nos ocupamos toda la tarde en preparar la incursión a los Soportales Prohibidos. Nos habían crecido cuatro alitas diminutas red bull en el empeine de los pies, dos en cada pie y, cuando saltábamos desde el bordillo, dábamos un doble pasito en el aire antes de pisar otra vez tierra firme. Nos sentíamos ligeros como héroes que por fin iban a enfrentarse al misterio.
Si salíamos vivos, tendríamos que haber operado a través del resquicio legal por el que poder saltarnos la prohibición de los soportarles sin convertidnos en proscritos para siempre de mi calle de Spaghetti Western. Y yo ya tenía una ligera idea de cómo abrir ese resquicio.
Continuará
4 Comments:
Y partieron hacia las tierras de Mordor... (más, quiero más...)
Y feliz año, únicachica.
feliz año Mot
cucarachalandia que é?
feli año renacuaja
Cucarachalandia es la casa en la que viví hasta los cinco años, luego nos mudamos a una con menos habitantes.
besos niño,
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