lunes, diciembre 12, 2005

VTP. Cap V. Dos Rombos. Octava Parte

Parte VIII. La Cheira.

Norma inculcada por mi familia sobre utensilios de cocina: “Los cuchillos no se tocan, y las navajas tampoco, a menos que estén cerradas”.

Aún así, por si se me ocurría desobedecer, mi hermano cogía una navaja y la cerraba despacito ante mis ojos, el resorte saltaba y la hoja se metía en su surco haciendo un clac de guillotina de Mariantonieta, que me hacía recoger los dedos dentro las mangas.

Había querido Dios o David Lynch que llegara a mi casa del Vallecas al estilo Twin Peaks un abrecartas de bolsillo, en forma de cruz, y decorado con un “Recuerdo de la Virgen de la Macarena” descascarillado y con corona de plata.

Lo primero fue robar La Cheira recuerdo de la Virgen de la Macarena.

Lo segundo fue un “anda mamá, venga porfa” que duró casi media hora para conseguir que me cortaran el pelo.

Aburridita mi madre de metro cincuenta castaña caoba kolestint dijo que vale “porque venía lacaló” y porque “hartita la tenía ya de tanto aprieta los dientes que te quito los nudos”.

La vecina del segundo, la señá Carmen, bajó a cortarme el pelo al estilo tazón flequillo metido en los ojos, aunque yo quería un rapado Teniente Ripley que se iban a cagar los galácticos del Dupis-balón.

Esa noche velé las armas, que significaba que escondí “La Cheira recuerdo de la Virgen de la Macarena” debajo de la almohada, y me hice unas catas de “dar cera, pulir cera” sentada al estilo indio a los pies de mi cama de 6 vueltas pesadilla.

A la mañana siguiente caminé por primera vez a la altura de mi hermano, con paso firme camino del Versalles, con “La Cheira recuerdo de la Virgen de la Macarena” ardiendo en el bolsillo de atrás.

Como siempre llegó la hora del recreo, y como siempre me acorralaron en el rincón de los barrotes vino Burdeos, y como siempre iban a golpear la mano hasta que dejara caer el Dupis, pero esta vez yo les dije con mi acento calorro recién adquirido:

- “Haiba, haiba, ¿a que te saco la cheira?”.- Y torcí la boca como Robert de Niro en el Padrino, y les miré por encima del hombro puesta de puntillas diciéndoles-“Haiba, haiba, ¿a que te doy capones con la barbilla?”.

- Mentira que llevas una navaja, no te hagas la chulita y suelta el Dupis. Trolera más que trolera.

La saqué, sin abrir porque una cosa era robar una navaja en casa y otra muy distinta saltarme todas las leyes, y convertirme en forajida en busca y captura Reward 2000 dólares perseguida por mi padre el poli-cazarecompensas por mi calle de Spaguetti Western.

Y quedarme sin dedos.

La saqué como si fuera el padre Carras expulsando los demonios de la niña del exorcista, que sólo me faltaba el botecito de agua bendita.

Me quedé ahí en postura “Vade Retro Satanás” con la corona de la Virgen de la Macarena brillando en el rincón de los barrotes vino Burdeos del Liceo Versalles.

Los niños parvulitos se me quedaron mirando espantados.

El espanto de los niños parvulitos se me fue colando por las orejas y por los agujeros de la nariz.

Mi determinación se fue derritiendo como los polos de limón rechupeteados cuando se te resbalan en la arena del Patio.

La vergüenza iba creciendo lamiendo mis piernas como las llamas del infierno. Era una vergüenza que no tenía que ver con el ridículo de la cremallera bajada. Era una vergüenza-sudario-manta empapada, una vergüenza de mí misma que me envolvía desde las patitas e iba escalando para empaparme el corazón y lamerme el tuétano de los huesos hasta que me quedaran finos y huecos como los de los pajaritos.

Me comí mi primer Dupis de la historia del recreo, con un regusto salado de haberlo echado a rodar 2 veces por la cuesta de la “Calle Lamargura”.

Se chivaron.

Me veía presa del cuarto oscuro por el resto de mis días.

Mis padres denunciarían mi desaparición y me buscarían durante años.

Mi hermana La Rosita ni siquiera me recordaría, mis padres le dirían que tenía una hermana canija y “chicazo desde el día anterior a su desaparición” en paradero desconocido.

- Martín Sánchez, traiga aquí la navaja.

Abrió el abrecartas y paso el dedo por el filo, comprobando que aquello no cortaba ni pinchaba ni valía para nada, a no ser que estuviese acompañada por su correspondiente estaca de madera y su ristra de ajos.

- ¿ Y que pensaba hacer con esto?, Señorita Martín Sánchez.

Una luz verde fosforita se abrió paso entre las rendijas sin lechada de las losetas renegras, iba abriendo líneas en el suelo como los motoristas de TRON.

La Virgen de la Macarena en persona que me estaba iluminando.

La Virgen de la Macarena me sopló que dijera:

- Me lo ha dado mi madre, para sacar punta a los lápices.

Allí quedó la cosa, mi señorita me devolvió el abrecartas con un “dile a tu madre que te compre un sacapuntas”, ni cuarto oscuro, ni bofetón, ni más tirones de coletas, ni más Dupis- Balón.

Sólo me quedó la vergüenza – sudario - manta empapada que fue dejando un hilillo de plata, como el de los caracoles, de regreso a mi casa del Vallecas al estilo Twin Peaks.

Fin del capitulo.

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Ay, qué sudores!!!!!!!!!!!!!!!!

La Virgen de la Macarena esté con nosotros y nos asista si en el siguiente capitulo no me sacas a relucir a los mecano con su cruz de navajas (jajaja)

Un beso

4:21 a. m.  
Blogger launicachica said...

Uy, esto no va a ser posible, porque el primer radiocassette no entró en casa hasta que yo tenía por lo menos 11 años y ya no me pasaba nada interesante fuera de las actividades extraescolares, y es verdad que las primeras cintas eran mecano, y también los chichos, que eran mis vecinos, igual un día hablo de los chichos y la panda de mi hermano.

besos,

10:22 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Muy divertido!

3:55 p. m.  
Blogger DINOBAT said...

Divertida la historia, la verdad, me reí un rato, bueno el blog!, pasaré, saludos,


JD

7:10 p. m.  

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