Vallecas al estilo Twin Peaks. Cap IV. Las bicicletas son para el verano. Parte III
Parte III, De cómo aprendí lo que era un kinki.
Salía yo del portal con mi Orbea Blanca cuando me encontré a Guadascupe, que era dos años mayor que yo y que fue la niña que me enseñó lo que era la menstruación.
Nos liamos a charlar en el portal, olvidando la quinta norma básica inculcada por mi familia: “Juega dónde mamá te vea por la terraza del salón”.
Era la hora de la siesta, así que por mi calle sólo bajaba uno de esas bolas de matorral de Espagueti Western.
Y salió de la sombra de los Soportales Prohibidos, de una sombra negra re-negra acentuada por el claroscuro del sol de justicia de la siesta, un hippie muy barbudo y muy melenudo con un guardapolvos largo, al más puro estilo de película del Cuervo.
No le conocíamos, ni como poli ni como camello. En el Vallecas estilo Twin Peaks a veces un niño gritaba “camello, camello” o “policía, policía” , y todos los niños salíamos corriendo a escondernos al “refugio”, que era un sitio que nos habíamos montado en las perpetuas zanjas de la telefónica poniéndoles de techo unas tablas mangadas de los escombros de la incipiente Colonia Nueva Delhi.
Allí escondidos y a base de asomar un poco la nariz para ver si descubría yo por fin la joroba del camello, que como era una niña de inocencia preservada por Walt Disney y los 2 rombos no tenía ni idea de que es lo que eran, había yo aprendido a distinguir a los camellos y a los policías. Y este hippie melenudo no era de ninguna de las dos especies, porque ni llevaba cadenas de oro como los camellos, ni llevaba zapatos negros como los policías.
-“Guau, vaya bici chula”-me dijo el melenudo.
Y como había dicho las palabras mágicas “vaya bici chula”, yo me olvidé en un tris tras de la sexta norma básica inculcada por mi familia: “Nunca hables con extraños”.
-“Gracias, mira le he puesto cordones en los manillares y una carta en los radios para que suene como las motos”
Y Guadascupe, toda envidiosa de mi bici le dijo al Cuervo. “Pues mira, yo también tengo un reloj blanco muy chulo que me regalaron el domingo por mi Primera Comunión”. Y le plantó la muñeca en las narices, con un Reloj Digital última generación, con correa blanca, paloma dibujada, un “Mi Primera Comunión” grabado en letras color oro y un 16:23 en una pantalla de cristal verde. El Cuervo le cogió un momento la mano para verlo mejor, perdió el interés y se volvió otra vez a mirar mi Orbea Blanca.
- “Y, ¿me dejas dar una vuelta?”- (Te “jo-y lo que sigue” Guadascupe que le mola más mi bici que tu reloj).
-“Es que…, mi madre no me deja prestar la bici”.
-“Vaya. Quería comprobar si corre, porque tiene pinta de pillar los doscientos”
-“Pues claro, que aunque tenga las ruedas pequeñas pesa poco y corre mucho, ¿quieres verlo?, venga cronometra”.
Y salí corriendo que me las pitaba a dar La Vuelta al Patio en cero coma, con el rey de espadas golpeando los radios.
Venía de regreso, batiendo todos mis records, con las piernecitas abiertas de par en par en pleno proceso de desaceleración de mi supermáquina, con los pedales girando solos como locos, soñando ya con haber reventado el cronometro del Cuervo Melenudo. Y vi a Guadascupe, sola, y llorando unos gipios que se oían en media colonia y parte del extranjero. Frené estilo “suelas de las bambas al rojo”, derrape final, bici al suelo que me costó un raspón que me importó un bledo y corrí asustadísima gritando “Pero ¿qué ha pasado aquí?, y una de las señoras, recién levantada de la siesta y con los rulos puestos me dijo desde su ventana.
-“Habrase visto el hippie ese que le ha quitado el Casio de la Primera Comunión a la niña”.
Y Guadascupe volvió a pegar otro gipio que atravesó toda mi calle de pueblo de Espagueti Western. Las señoras iban saliendo, con las legañas todavía puestas, mirando al cielo como si esperaran un ataque-desembarco desde la Nave Nodriza de los lagartos de "V”. Mientras la madre de Guadascupe ya venía corriendo descompuesta.
La hija de la Abuela de Negro, que era una bruja, preguntó:
-“Hija, ¿te ha tocao?”.
Y yo contesté por Guadascupe.
-“Pues claro que la ha tocao que...”
-“Ay dios mío que encima me la han desgraciao”-interrumpió su madre.
- “que yo vi que la cogía la mano para mirar bien el reloj”.- sentencié, justo cuando mi madre, que tenía la habilidad de materializarse de la nada con la zapatilla en la mano, hacía un “apunten fuego” de su “pardazotes” mortífero.
- “Ay, si es que este barrio se está llenando de kinkis”- dijo la madre de Guadascupe, y un eco de alivio que repetía “kinki, kinki” se fue alejando rebotando entre el Banco “Western Unión”, la casa- celda del Cheriff y las puertas de 2 hojas del Saloon de Can Can de mi calle de Espagueti Western.
Salía yo del portal con mi Orbea Blanca cuando me encontré a Guadascupe, que era dos años mayor que yo y que fue la niña que me enseñó lo que era la menstruación.
Nos liamos a charlar en el portal, olvidando la quinta norma básica inculcada por mi familia: “Juega dónde mamá te vea por la terraza del salón”.
Era la hora de la siesta, así que por mi calle sólo bajaba uno de esas bolas de matorral de Espagueti Western.
Y salió de la sombra de los Soportales Prohibidos, de una sombra negra re-negra acentuada por el claroscuro del sol de justicia de la siesta, un hippie muy barbudo y muy melenudo con un guardapolvos largo, al más puro estilo de película del Cuervo.
No le conocíamos, ni como poli ni como camello. En el Vallecas estilo Twin Peaks a veces un niño gritaba “camello, camello” o “policía, policía” , y todos los niños salíamos corriendo a escondernos al “refugio”, que era un sitio que nos habíamos montado en las perpetuas zanjas de la telefónica poniéndoles de techo unas tablas mangadas de los escombros de la incipiente Colonia Nueva Delhi.
Allí escondidos y a base de asomar un poco la nariz para ver si descubría yo por fin la joroba del camello, que como era una niña de inocencia preservada por Walt Disney y los 2 rombos no tenía ni idea de que es lo que eran, había yo aprendido a distinguir a los camellos y a los policías. Y este hippie melenudo no era de ninguna de las dos especies, porque ni llevaba cadenas de oro como los camellos, ni llevaba zapatos negros como los policías.
-“Guau, vaya bici chula”-me dijo el melenudo.
Y como había dicho las palabras mágicas “vaya bici chula”, yo me olvidé en un tris tras de la sexta norma básica inculcada por mi familia: “Nunca hables con extraños”.
-“Gracias, mira le he puesto cordones en los manillares y una carta en los radios para que suene como las motos”
Y Guadascupe, toda envidiosa de mi bici le dijo al Cuervo. “Pues mira, yo también tengo un reloj blanco muy chulo que me regalaron el domingo por mi Primera Comunión”. Y le plantó la muñeca en las narices, con un Reloj Digital última generación, con correa blanca, paloma dibujada, un “Mi Primera Comunión” grabado en letras color oro y un 16:23 en una pantalla de cristal verde. El Cuervo le cogió un momento la mano para verlo mejor, perdió el interés y se volvió otra vez a mirar mi Orbea Blanca.
- “Y, ¿me dejas dar una vuelta?”- (Te “jo-y lo que sigue” Guadascupe que le mola más mi bici que tu reloj).
-“Es que…, mi madre no me deja prestar la bici”.
-“Vaya. Quería comprobar si corre, porque tiene pinta de pillar los doscientos”
-“Pues claro, que aunque tenga las ruedas pequeñas pesa poco y corre mucho, ¿quieres verlo?, venga cronometra”.
Y salí corriendo que me las pitaba a dar La Vuelta al Patio en cero coma, con el rey de espadas golpeando los radios.
Venía de regreso, batiendo todos mis records, con las piernecitas abiertas de par en par en pleno proceso de desaceleración de mi supermáquina, con los pedales girando solos como locos, soñando ya con haber reventado el cronometro del Cuervo Melenudo. Y vi a Guadascupe, sola, y llorando unos gipios que se oían en media colonia y parte del extranjero. Frené estilo “suelas de las bambas al rojo”, derrape final, bici al suelo que me costó un raspón que me importó un bledo y corrí asustadísima gritando “Pero ¿qué ha pasado aquí?, y una de las señoras, recién levantada de la siesta y con los rulos puestos me dijo desde su ventana.
-“Habrase visto el hippie ese que le ha quitado el Casio de la Primera Comunión a la niña”.
Y Guadascupe volvió a pegar otro gipio que atravesó toda mi calle de pueblo de Espagueti Western. Las señoras iban saliendo, con las legañas todavía puestas, mirando al cielo como si esperaran un ataque-desembarco desde la Nave Nodriza de los lagartos de "V”. Mientras la madre de Guadascupe ya venía corriendo descompuesta.
La hija de la Abuela de Negro, que era una bruja, preguntó:
-“Hija, ¿te ha tocao?”.
Y yo contesté por Guadascupe.
-“Pues claro que la ha tocao que...”
-“Ay dios mío que encima me la han desgraciao”-interrumpió su madre.
- “que yo vi que la cogía la mano para mirar bien el reloj”.- sentencié, justo cuando mi madre, que tenía la habilidad de materializarse de la nada con la zapatilla en la mano, hacía un “apunten fuego” de su “pardazotes” mortífero.
- “Ay, si es que este barrio se está llenando de kinkis”- dijo la madre de Guadascupe, y un eco de alivio que repetía “kinki, kinki” se fue alejando rebotando entre el Banco “Western Unión”, la casa- celda del Cheriff y las puertas de 2 hojas del Saloon de Can Can de mi calle de Espagueti Western.
3 Comments:
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Guay, esta serie me esta enganchando mas que perdidos. Sigue asi que ya me siento casi Vallequero, jeje. Un beso de cilli. Drilli.
Del tirón cuatro capítulos y quiero más. Estoy como drillicilli, me siento Vallequero, pero de David Lynch.
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