sábado, noviembre 10, 2007

hola

Disculpas por dejar el relato a medias. Espero poder acabarlo en algún momento.

martes, julio 11, 2006

VTP. Cap VII. Parte 11.

Al principio el espectáculo era emocionante, al elevarse la boina una escuadrón de murciélagos pintaba una estela en el cielo, la estela formaba cintas negras que, lanzadas desde las ventanas invisibles, se entrelazaban donde la boina quedaba un segundo en suspenso. Al final la boina bajaba callada y vacía, mientras los murciélagos con sus alas negras enteladas caían otra vez dentro de los salientes de la pared.


La noche empezó a hacerse francamente aburrida. Nuestra Percepción Espanto Alicia Arácnida captaba la frustración de José el Cojo, la frustación iba acartonando los tejidos del cielo de verano. Peter y yo, ya sabíamos, que, si no cogíamos pronto un bicho de aquellos nos llevaríamos dos hostias con las que Jose el Cojo daría por terminada la caza.

Peter corrió hacia la boina, posada otra vez sobre la acera caliente, la cogió y la volvió a dejar caer, se volvió y gritó:

- Ha caído uno.

Peter y yo dimos un par de saltos de alegría, con los puños apretados en la victoria. José el Cojo se acercó con saltos rápidos sosteniéndose en volandas con sus muletas.

- Voy a por mi caja de gusanos de seda y lo metemos allí – decía Peter.

José el Cojo apuntaba ya con una de sus muletas al cielo. Su silueta de langosta gigante, de brazos rígidos y largos quedó bordada en el cielo teñido de negro, azul y amarillo cien por cien poliéster, de mi patio del Vallecas al Estilo Twin Peaks.

Peter estaba apoyando su rodilla en el suelo para volver a levantar un poco la boina y el golpe mortal le paso casi rozándole los nudillos, cayó sobre la boina, no sonó nada, Peter se echó para atrás y se quedó sentado, mientras José el Cojo apuñalaba la boina mortero con su muleta. Una marea negra emergío de las profundidades del paño.

- Niña – dame la boina que es de mi abuelo – dijo José el Cojo.

Y yo cogí la boina y, sin levantar la vista del suelo, se la dí.

Continuará...

jueves, julio 06, 2006

VTp. Cap VII. Parte 10.

La boina de paño subía y bajaba cortando la luz crema de las farolas, empotradas en el bloque de renta antigua.

- ¿Qué haces? – le dije.

- Cazo murciélagos – dijo él.

Yo me quedé callada.

- Y ¿cuántos has cogido?- dije un poco después.

- Ninguno, esto es como pescar, lleva un rato ¿sabes?.

- ¿Me dejas tirar a mí?

- No.

Estaba bastante emocionada, los murciélagos me daban algo de miedo pero, tener uno de verdad, eso era mejor que tener gárgolas imaginarias amaestradas. Si tuviera un murciélago lo alimentaría con moscas sin alas y le enseñaría a despeinar a las niñas repelentes de mi colegio de monjas. Dormiría por el día, y por la noche lo dejaría volar por mi habitación.

Peter se asomó por una rendija entre la persiana de madera recogida en un rollito con cuerda blanca y el alfeizar de su bajo de renta antigua.

- ¿Qué hacéis? – dijo.

- José el cojo va a coger un murciélago, le dije yo echando un trotecito hacia la ventana.

- Yo tengo una caja de zapatos, podemos guardarlo ahí.

- Bueno, pero yo lo cuido en mi casa.

- Eso ya lo veremos que yo tengo gusanos de cera para que pueda comer.

El reloj de la iglesia de San Pedro Advincula, donde fue bautizado Juan Malasaña heroe de los levantamientos del 2 de mayo, sentenció la una, y Peter y yo correteabamos patio arriba y patio abajo recogiendo la boina del Cazador de Murciélagos.

martes, junio 13, 2006

VTP. Cap VII. La Matanza de Vallecas-Texas. Parte 9

Hablaba "La Abuela de Negro", y mi madre autómata de metro cincuenta y tinte caoba Kolestint la escuchaba instalada en un extraño sopor de verano. Su voz cascada rebotaba en el frontón de la pared de la portería y volvía a golpearme en la sien.

- “pues sí, con catorce años, como iba la cría a cuidar a un bebé, así pasó que cuando se despertó por la mañana el bebé ya estaba muerto”- decía, y la palabra muerto cabalgaba de reja en reja y de persiana en persiana.

- “a ver claro” – decía mi madre autómata, hipnotizada por la rutina del espanto diario de aquella abuela. "La Abuela de Negro" soltaba risitas.

Detrás de la furgoneta de la Fruta del Señor Mariano aparecía "un pájaro marioneta negro". Salía disparado a vencer la gravedad que nos mantenía pegados al suelo, como si estuviesemos todos arropados por una pesada sábana empapada en lluvia caliente de goterones gordos de tormenta de verano.

Sus alas de marioneta se quedaban inermes a media altura, un segundo suspendido en el aire sin fuerza, y después precipitaba su fracaso hacia las losetas grises.

- “Mamá, me voy a jugar”– y huí entre los coches perseguida por las oscuras historias de "La Abuela de Negro" sobre muchachas de piel blanca como la leche, días de playa y voyeurs. A la vuelta de la furgoneta de fruta del señor Mariano, habría un pájaro marioneta con sus finos cordones enredados en los guardabarros, , yo se las cortaría y podría marcharse para siempre de mi patio del Vallecas al Estilo Twin Peaks, dónde desde hacía mucho sólo volaban los murciélagos y mis gárgolas desnaturalizadas.

- “Hola niña”-me dijo José el Cojo cuando aparecí de un salto detrás de la furgoneta , y volvió a lanzar una boina negra de paño al aire.

Continuará….

viernes, mayo 19, 2006

VTP. Cap VII. La Matanza de Vallecas-Texas. Parte 8

De las alcantarillas subía un olor caliente de agua estancada. Mi madre se sentó en el borde de la valla rematada en granito, lejos de los valleros y los “campistas de los portales”.

- “Ale hija, vete a jugar”- me dijo, y abrió su abanico con encajes negros.

Yo me quedé sentada a su lado, mirándome bailar mis pies, con mis rockys azules y mis rodillas llenas de costras. La luz de las farolas chisporroteaba en los bordes de los alfeizares. El mal transformaba a mis vecinos en desdibujadas figuras goyescas de ojos cavernosos.

La abuela de negro se levantó con su falda de paño y su chaqueta de punto negras, y se acercó con pasitos cortos. Yo tragué saliva.

-“ay que ver que morenucha y que fea se te pone la niña cuando llega el verano” – dijo sentándose al lado de mi madre.

Una brisa que venía reptando por el suelo sopló sus zapatos negros y se elevó después, llevando su olor a lavanda rancia por todo mi patio del Vallecas al estilo Twin Peaks.

Continuará...

jueves, abril 27, 2006

Vallecas al estilo Twin Peaks. Cap VII. La Matanza de Vallecas-Texas. Parte 7

En las noches de verano, los vecinos bajaban las sillas de camping y los abanicos a la puerta del portal. Algunos guardaban grillos en jaulitas de madera, colgados de alcayatas entre los ladrillos de las terrazas. Los valleros alargaban sus tardes de litrona y motovespas. Los hijos de “los campistas de los portales” pegaban trallazos a la portería pintada con yeso. Al final del verano se hacían las fiestas de la Virgen de la Torre, el patio se decoraba con guirnaldas y se hacían barbacoas, era entonces cuando más envidiaba a los hijos de los “campistas de los portales” porque mi bloque, el único nuevo de propiedad privada, estaba excluido y marginado de todo ello.

Los habitantes de mi bloque eran “trabajadores a mi nadie me ha regalado nada”, salían de casa a las seis de la mañana y volvían a la noche de los turnos paga hipoteca, con la tartera metálica rezumando aceitito de los filetes de lomo, caminaban despacito, pero, al pasar al lado de los realojados, apretaban el paso. Después en casa nos adoctrinaban sobre las bondades del trabajo de sol a sol y sobre “las diferencias entre ellos los realojados y nosotros, dispuestos a esperar en los muelles de carga de Mercamadrid a las cuatro de la mañana por si hacía falta alguién más para descargar un camión”. Los realojados nos pagaban tanta presunción y piso nuevo dejando la basura en la puerta de nuestros portales.

Yo pasaba las noches de verano envuelta en los gritos de la chiquillería, los rebufos de las motovespas y las quejas de mi padre que tenía que levantarse a las cinco y media de la mañana. Después, de madrugada, las voces se apagaban y quedaban sólo los murmullos ininteligibles de los “campistas de los portales” que acompasaban el ir y venir del mar de mi cama de 6 vueltas pesadilla. Las sábanas blancas mitad algodón mitad polyester oleaban rompiendo espumarajos sobre mi almohada. Yo navevaba en aquel mar buscando corrientes frías dónde apoyar mi mejilla, hasta que me dormía arrullada por el aleteo de los abanicos de las señoras que, como alas de gaviotas en desbandada, se abrían y cerraban violentamente bajo mi ventana, con el desparparjo del sofoco vallecano.

Una noche de aquel verano, en las que el mal bajaba suspirando bajito, agitando los matorrales de mi calle de Spaguetti Western, mi madre apareció en la puerta de mi habitación, a media noche y con el camisón empapado y dijo: “Ala hija vistete que nos bajamos a la calle a tomar el aire que yo no aguanto más la caló y el jaleo los valleros”.

Y fue así como pisé la calle del Vallecas al estilo Twin Peaks después de media noche, en la hora en la que el mal convertía los rictus de mis vecinos en tiesas sonrisas de pastilleros de after hour.

Continuará….

martes, marzo 28, 2006

VTP. Cap VII. La Matanza de Vallecas-Texas. 6 parte

En el Vallecas al estilo Twin Peaks los seres se dividían en dos, los seres del cielo y los seres del infierno.

Las hormigas del cielo eran unas hormigas resignadas, de color tostado, que caminaban despacito y en hilera y hacían sus hormigueros entre las grietas del cemento.

Las hormigas del infierno tenían una cabeza roja y dos pinzas cangrejales, mordían, y construían unos hormigueros volcánicos e insolentes en mitad de la arena de cagar los perros.

El animal más demoníaco era la rata. Asomaban los hocicos grises en las siestas, entre las rejas oxidadas de las alcantarillas, saltaban de pronto fuera, corrían patio arriba con el lomo pegado a las fachadas de los pisos de renta antigua y volvían luego suicidas a la alcantarilla. Con la piel erizada escuchaba el chof chof de sus tendones sobre el cemento, tumbada en mi cama de 6 vueltas pesadilla.

Algunas tardes de verano el sol freía la loseta gris a rombos del patio y ponía casi al rojo las tapas de las alcantarillas. El patio se convertía en un fogón gigante y las ratas escapaban escaldadas de los túneles de alcantarillado, donde se maceraba un caldo caliente de bilis de vino de bodega y arañas negras. Salían a pesar de los Valleros con litrona y de los niños amaestradores de hormigas y moscas, a pesar de que las vecinas estaban descolgando la ropa de las cuerdas, a pesar de que los trabajadores iban regresando cuesta abajo desde la parada del 54.

Carlitos, el hermano de José El Cojo, chillaba en éxtasis cuando las veía, daba unos chillidos asmáticos entrecortados. Las vecinas coreaban sangre. Sólo yo sentía el mal en aquél aquelarre de muerte, lo escuchaba bullir detrás de las fachadas de los pisos de renta antigua: un millón de patitas de cucarachas negras trotaban frenéticas por las gotelets de los pisos bajos, marcando el compás de la llegada de la muerte. Los zapatones de los chicos más mayores empezaban a bailar a ese ritmo. Una coreografía espantosa de bailarines de muecas totémicas acorralaba al animal. De pronto la rata se lanzaba enseñando los dientes, el circulo se abría, la rata corría a la reja de la alcantarilla, ciega de espanto. Chillaba tanto como Carlitos, que jadeaba su muerte, al llegar a la reja, José el Cojo, el jefe de todos los chicos mayores, sostenido en volandas sobre sus muletas le asestaba la patada mortal en el costado. Y ya no había nada más, salvo una zapatilla con el empeine hilado de sangre espesa y un mudo y sordo cloc de reventado de saco de entrañas secas que se quedaba alojado debajo de mi coronilla para darme pesadillas por las noches. Las vecinas cerraban las persianas verdes de madera.

El mal empapaba y reblandecía los edificios desde su base, como si fueran magdalenas sobaos mojados en café, y yo le dejaba subir por la escalera, sentada a la hora de la cena con mi rebanada de nocilla kriptonita, esperando el comienzo del “Un, Dos, Tres”.

Continuará