martes, diciembre 20, 2005

VTP. Cap VI. Los Soportales Prohibidos. Segunda Parte

Parte II. Operación Enchufe:

Tiempo de ejecución de la misión: Desde escuchar la primera explosión de reventado de la croqueta de morcillo del cocido hasta que el olor a bechamel requemada de la última croqueta del taper inunde el salón.

Plan A: Dedo dentro del agujero. Plan A abortado. El dedo no cabe dentro del agujero.

Plan B: Fusil soldado verde de plástico de mi hermano dentro del agujero. El soldado no se enciende. Evidentemente hay que meter otro soldado por el otro agujero. Cuerpo a tierra, ombligo pegado a parquet desbarnizado. Reojo desde el suelo por el cristal de la ventana de la cocina, madre metro cincuenta castaña caoba kolestint con delantal puesto. Escalado y posterior inmersión en el tambor redondo de Lucil de los juguetes. Regreso cuerpo a tierra con sargento de artillería verde entre los dientes. Plan B abortado. Los soldados no se encienden.

Plan C: Tras una investigación exhaustiva llego a la conclusión de que los cuerpos a introducir deben ser metálicos. Cuerpo a tierra, incursión en armario empotrado de mis padres , robo de dos tornillos cortos de la caja de herramientas. Reconocimiento de la zona:

- Mamá, ¿queda mucho para cenar?.

- Un rato hija.

Introduzco primer tornillo en uno de los agujeros, introduzco segundo tornillo en el otro agujero. Plan C abortado, los tornillos no se encienden.

Plan D: Nueva investigación. Resultado de las pesquisas: los tornillos deben estar unidos. Búsqueda de material para hacer la unión, finalmente decido atarlos con hilo de coser. Soldado Unicachica escalando la silla y abriendo el costurero. Y allí aparecen las tijeras de costura, grandes, metálicas y unidas en el centro. Nueva misión de reconocimiento, cuerpo a tierra, ombligo arrastrado haciendo ñic ñic por suelo parquet desbarnizado, vistazo por el cristal de la puerta de la cocina, madre castaña caoba kolestint sigue friendo croquetas. Carrera cero coma de vuelta a la habitación, escalada con movimientos certeros y precisos hasta al costurero, toma de tijeras, salto al suelo, carrerita semiagazapada hasta el enchufe, todos los sentidos alerta, movimiento rápido de apertura de tijeras, introducción de ambas puntas con alto grado de puntería dentro de cada uno de los agujeros.

Los dos ojos de las tijeras se me revuelven y se convierten en unos colmillos gordos de tigre del Circo Mundial. Tigre-Tijeras asestan un fuerte mordisco al soldado- unicachica produciendo una herida de guerra de gravedad. Soldado única chica en arduo combate con las tigre-tijeras acaba lanzándolas por encima de su cabeza, las tigre-tijeras se clavan en el suelo de parquet desbarnizado con manchas de patatas fritas.

“Berreo agónico”, madre metro cincuenta castaña caoba kolestint sale de la cocina en misión “Salvar al soldado unicachica”. Soldado Unicachica atrincherada entre el ganchillo de la mesa camilla. Tigre-tijeras vibrando como un diapasón entre las tablas del parquet.

- Las tijeras me han mordido, mamá.

- Pero no te he dicho que no las cogieras que cortan, a ver el corte.

Y yo le enseño la mano inmaculada.

- Pero si no tienes nada.

- Es que me han mordido por el otro lado.

- ¿Por qué otro lado?.

- Por el lado por donde se convierten en tigre.

- Pero que dices hija.

- Que si las metes en el enchufe se convierten en tigre y muerden.

- ¿Pero no te he dicho que no tocaras el enchufe?.

- Pos, pos, si me hubieras dicho que muerde pos no lo habría hecho.

- Ay hija, eso me pasa por no explicarte las razones de las cosas.

Misión concluye tomando croquetas con el brazo medio dormido en el hule de la mesa cocina del Cucarachalandia del Vallecas al estilo Twin Peaks.

viernes, diciembre 16, 2005

VTP. Cap VI. Los Soportales Prohibidos

Parte I. Agujas, tijeras y corriente eléctrica.


Recuerdo las tardes sin colegio en Cucarachalandia. Mi hermana La Rosita sin nacer la pobre. Mis hermanos en el colegio, los pobres. Mi padre en turno taxi-paga hipoteca, el pobre. Y mi madre y yo enhebrando agujas, las pobres, en la semipenumbra del cuarto de mis hermanos, a la hora de la siesta.

Mi madre, castaña caoba kolestint de metro cincuenta cortaba el hilo con los dientes, chupeteaba la punta, cogía la aguja, me daba el hilo y yo guiñaba, sacaba la lengua en posición “a ver si atino” y metía el hilo por el ojo a la primera. Nos pasábamos las tardes de invierno sumergidas en el cuarto de tonos de foto antigua de mis hermanos, convertido en sala de costura con bombilla de 60 Vatios pendiendo del casquillo y reloj de péndulo cortando el aburrido silencio.

Ella me explicaba, para hacerme una mujer de provecho, como se sacaba el bajo de los pantalones, con hilo de nudo simple y como se cosían botones con nudo doble. Yo me aburría mortalmente haciendo sombras chinescas a la luz de la bombilla de 60 Vatios y pegando y despegando el culo de la silla.

-“Estate un poco quieta hija, que parece que tienes azogue” – decía mi madre.

- “¿me dejas las tijeras del costurero para recortar la revista?”.

-“Las tijeras de costura no se tocan”

-“ Y ¿por qué?”

- “Pues porque te puedes cortar”

- “¿Puedo planchar yo los pantalones?”

- “No, la plancha no se toca”

-“ Y, ¿por qué?”

-Pues porque te puedes quemar.

- “ ¿te la enchufo que se ponga calentita?

- “!Deja eso ahora mismo¡, los niños chicos no pueden tocar los enchufes”.

- “ Y, ¿por qué?”.

- “Pues porque yo lo digo, y calla ya y estate quietecita”, “ Ay, hija, yo no sé que estarás barruntando…”.

Quieta me quedé. Mirando de reojo el enchufe, del que salía una voz diminuta susurrando muy bajito, muy bajito.

Continuará

lunes, diciembre 12, 2005

VTP. Cap V. Dos Rombos. Octava Parte

Parte VIII. La Cheira.

Norma inculcada por mi familia sobre utensilios de cocina: “Los cuchillos no se tocan, y las navajas tampoco, a menos que estén cerradas”.

Aún así, por si se me ocurría desobedecer, mi hermano cogía una navaja y la cerraba despacito ante mis ojos, el resorte saltaba y la hoja se metía en su surco haciendo un clac de guillotina de Mariantonieta, que me hacía recoger los dedos dentro las mangas.

Había querido Dios o David Lynch que llegara a mi casa del Vallecas al estilo Twin Peaks un abrecartas de bolsillo, en forma de cruz, y decorado con un “Recuerdo de la Virgen de la Macarena” descascarillado y con corona de plata.

Lo primero fue robar La Cheira recuerdo de la Virgen de la Macarena.

Lo segundo fue un “anda mamá, venga porfa” que duró casi media hora para conseguir que me cortaran el pelo.

Aburridita mi madre de metro cincuenta castaña caoba kolestint dijo que vale “porque venía lacaló” y porque “hartita la tenía ya de tanto aprieta los dientes que te quito los nudos”.

La vecina del segundo, la señá Carmen, bajó a cortarme el pelo al estilo tazón flequillo metido en los ojos, aunque yo quería un rapado Teniente Ripley que se iban a cagar los galácticos del Dupis-balón.

Esa noche velé las armas, que significaba que escondí “La Cheira recuerdo de la Virgen de la Macarena” debajo de la almohada, y me hice unas catas de “dar cera, pulir cera” sentada al estilo indio a los pies de mi cama de 6 vueltas pesadilla.

A la mañana siguiente caminé por primera vez a la altura de mi hermano, con paso firme camino del Versalles, con “La Cheira recuerdo de la Virgen de la Macarena” ardiendo en el bolsillo de atrás.

Como siempre llegó la hora del recreo, y como siempre me acorralaron en el rincón de los barrotes vino Burdeos, y como siempre iban a golpear la mano hasta que dejara caer el Dupis, pero esta vez yo les dije con mi acento calorro recién adquirido:

- “Haiba, haiba, ¿a que te saco la cheira?”.- Y torcí la boca como Robert de Niro en el Padrino, y les miré por encima del hombro puesta de puntillas diciéndoles-“Haiba, haiba, ¿a que te doy capones con la barbilla?”.

- Mentira que llevas una navaja, no te hagas la chulita y suelta el Dupis. Trolera más que trolera.

La saqué, sin abrir porque una cosa era robar una navaja en casa y otra muy distinta saltarme todas las leyes, y convertirme en forajida en busca y captura Reward 2000 dólares perseguida por mi padre el poli-cazarecompensas por mi calle de Spaguetti Western.

Y quedarme sin dedos.

La saqué como si fuera el padre Carras expulsando los demonios de la niña del exorcista, que sólo me faltaba el botecito de agua bendita.

Me quedé ahí en postura “Vade Retro Satanás” con la corona de la Virgen de la Macarena brillando en el rincón de los barrotes vino Burdeos del Liceo Versalles.

Los niños parvulitos se me quedaron mirando espantados.

El espanto de los niños parvulitos se me fue colando por las orejas y por los agujeros de la nariz.

Mi determinación se fue derritiendo como los polos de limón rechupeteados cuando se te resbalan en la arena del Patio.

La vergüenza iba creciendo lamiendo mis piernas como las llamas del infierno. Era una vergüenza que no tenía que ver con el ridículo de la cremallera bajada. Era una vergüenza-sudario-manta empapada, una vergüenza de mí misma que me envolvía desde las patitas e iba escalando para empaparme el corazón y lamerme el tuétano de los huesos hasta que me quedaran finos y huecos como los de los pajaritos.

Me comí mi primer Dupis de la historia del recreo, con un regusto salado de haberlo echado a rodar 2 veces por la cuesta de la “Calle Lamargura”.

Se chivaron.

Me veía presa del cuarto oscuro por el resto de mis días.

Mis padres denunciarían mi desaparición y me buscarían durante años.

Mi hermana La Rosita ni siquiera me recordaría, mis padres le dirían que tenía una hermana canija y “chicazo desde el día anterior a su desaparición” en paradero desconocido.

- Martín Sánchez, traiga aquí la navaja.

Abrió el abrecartas y paso el dedo por el filo, comprobando que aquello no cortaba ni pinchaba ni valía para nada, a no ser que estuviese acompañada por su correspondiente estaca de madera y su ristra de ajos.

- ¿ Y que pensaba hacer con esto?, Señorita Martín Sánchez.

Una luz verde fosforita se abrió paso entre las rendijas sin lechada de las losetas renegras, iba abriendo líneas en el suelo como los motoristas de TRON.

La Virgen de la Macarena en persona que me estaba iluminando.

La Virgen de la Macarena me sopló que dijera:

- Me lo ha dado mi madre, para sacar punta a los lápices.

Allí quedó la cosa, mi señorita me devolvió el abrecartas con un “dile a tu madre que te compre un sacapuntas”, ni cuarto oscuro, ni bofetón, ni más tirones de coletas, ni más Dupis- Balón.

Sólo me quedó la vergüenza – sudario - manta empapada que fue dejando un hilillo de plata, como el de los caracoles, de regreso a mi casa del Vallecas al estilo Twin Peaks.

Fin del capitulo.

miércoles, diciembre 07, 2005

VTP. Cap V. Dos Rombos. Septima Parte

Parte VII. Represalia.

Entré en la Casa de los Horrores, con el estómago lleno de terror y de macarrones con chorizo.

Los demás niños se afanaban con el lapiz, la punta de la lengua mojando el labio superior, haciendo ris ris entre los renglones amarillos de los Cuadernos Rubio. Los minutos sudaban goterones de tic y de tac, que rebotaban en las losetas renegras. El sol se colaba en rectangulitos por las persianas echadas de sobremesa de junio. Y a mi el miedo me empolvaba la garganta y el estómago, dejándome la boca seca y un desagradable regustillo a chorizos de la cuerda roja.

- Martín Sánchez, sal a la Cartilla.

Mis tendones hacían tirabuzones mientras me acercaba, la cámara se ponía en posición cenital, y enfocaba mi cabeza con 2 coletas, la de mi señorita de parvulitos y la Cartilla abierta por la p.

- Mi papá pela patatas, mi papá fuma pipa.

Señorita señala la p con la u:

- Pu

Señorita señala la p con la a mayúsculas:

- PA

La señorita señala la "p" con la "a de imprenta" y ahí la cagamos porque la "a" era de una Futura BT Bold, y la "a" de la futura BT Bold se parece un montón a una "o", salvo por un minitriangulito que le sale abajo.

- Po

La camara cenital de National Geographic captó con nitidez el movimiento de mi señorita, con los ojos enrojecidos y babeando por la comisura izquierda. Me asestó un bofetón que me dejó girando la cabeza como la de los perritos de poner en el salpicadero del coche.

Volví caminando a mi sitio, visión tunel objetivo fijado-mi silla, perneras del pantalón achicando terrones por el camino, porque la tierra me había tragado dos veces de regreso a mi mesa. Y oí que me decía:

-Martín Sánchez, en esa mesa no, se cambia usted a esta otra.

Y me señaló la mesa de los gamberros juveniles jugadores profesionales del Dupis-Balón-Unicachica.

Dos truenos retemblaron los cristales de la ventana y descargó un fuerte chaparrón de tirones de coletas, en mi tunel-visión sólo aparecían manos pequeñas de cinco años igual que se aparecerían en el cementerio de la Elipa, en plena tormenta de verano, la noche de los muertos vivientes.

Una de mis orquillas de ositos salió disparada y cayó brillando con un tlin tlin en las losetas renegras, le siguieron dos millones mas de tlines provocados por los cristalitos de mi mirada de Señorita Pepis, desparramándose por el suelo tras haber estallado por fin, como el parabrisas de un coche.

Alcé la cabeza, un niño se quedó allí con la mano en pause, desintegrado por mi nueva visión de rayos equis y por mi nuevo rostro con marcas encendidas de dedos rojos y coletas despeluchadas.

- Silencio – gritó mi señorita de parvulitos.

Eso silencio, pensé yo, porque si algo había aprendido de los gitanos de Cucarachalandia es que hay momentos en los que la ofensa es tan grande que lo único que podía volver a hablar eran las cheiras.


Continuará…

lunes, diciembre 05, 2005

VTP. Cap V. Dos Rombos. Sexta Parte

Parte VI. Despedida.

Después de comer, como si nadie notara el enfangado silencio de antes de la batalla, mi madre me dio a mojar la punta de la servilleta con la lengua, me frotó el tomate Orlando cuarteado de las ribaceras de la boca y me mandó prepararme para ir al colegio.

Metí los Cuadernos de Caligrafía Rubio en mi cartera roja de cuero cartón piedra, y la cerré con un clic seco que retumbó en mis entrañas acartonadas de resignación.

Mi madre me despidió desde la puerta del Primero B como si no fuese la última vez que me iba a ver. Mi hermano Toni dijo “vámonos canija”. Salté el último escalón a la calle con los pies juntos e inicié el trotecito detrás de mi hermano con los Cuadernos Rubio sonajeando en la cartera y un miedo arremolinado en mis hombros que iba tirándome de las orejas.

Antes de volver la esquina del Super-Ferrandis eché una última mirada a la terraza de la cocina, cerrada con aluminio y cristales de cuadrados, guiñando los ojos como el Clint Eastwood porque me deslumbraba el sol, a ver si mi madre me mandaba un adiós final como a los héroes del 2 de mayo.

Pero lo único que pasó es que oí a mi hermano cantándome el “canija, como llegue tarde al control de mates te va a caer una osssssssstia”

El sol destelló en mis orquillas de ositos, y yo aceleré para pillar a el paso de mi hermano que ya se mezclaba entre el enjambre de niños con carteras, que iban subiendo la cuesta del Paseo del Vallecas al estilo Twin Peaks.

Continuará…

viernes, diciembre 02, 2005

VTP. Cap V. Dos Rombos. Quinta Parte

Parte V. Dupis-balón vs Bocadillo de Mortadela.

Al día siguiente no me levantaron para ir al colegio. En mí lugar se marchó mi madre, de metro cincuenta, castaña caoba Kolestint y gigantescas ojeras, cortando el aire con una bata-vestido azul de principios de junio.

Se marchó muy enfadada y volvió mas enfadada aún porque se enteró que yo llevaba todo el curso sin desayunar, debido a que el deporte de moda en el patio de parvulitos era el lanzamiento del Dupis-balón- unicachica entre los barrotes color vino- burdeos de la reja del Liceo Versalles.

Llegó relatando y relatando. Otras madres le habían contado que el niño rubio canijo que nunca se sabía la cartilla había llegado un día sangrando a casa por lo oídos, y sus padres tenían ahora un buen problema, porque los colegios de la zona estaban completos y al final se habían visto obligados a solicitar plaza en el Francisco Fatou para que repitiera parvulitos al siguiente año.

Me produjo un gran alivio. Todos los parvulitos creíamos que el niño rubio canijo que nunca se sabía la cartilla estaba todavía encerrado en el cuarto oscuro, pues no le veíamos desde la última vez que mi señorita de parvulitos se lo llevó mudo y con los pantalones mojados. Y también pensábamos que ahora, su alma atormentada de muerto por inanición se dedicaba a soplarle en los oídos a los nuevos castigados un “esa puerta tampoco se abrirá más para ti” cargado de odio por no haberle pasado lonchas de Chopped de estrangis por debajo de la puerta.

- Y me dice la buena señora:- contaba mi madre – “su hija no hace más que inventarse cosas para llamar la atención, fíjese que todos los días tira el donuts al suelo y luego me viene a decir que se lo han tirado los otros niños”. Y yo le contesté: -continuó mi madre con su acento granaino cordobés- “mire, que me diga que mi hija tira el bocadillo de mortadela se lo consiento, porque es muy asquerosa y muy escrupulosa pa la comida, pero que me diga que tira el “Dupi”, que es lo que más le gusta en el mundo después de la Pantera Rosa, eso, eso no se lo consiento”.

Y ya me empezaba a parecer mi madre, de metro cincuenta castaña caoba kolestint más implacable que Spiderman y más invencible que Superman, cuando volviéndose hacia mí me dijo:

- “Pero nada hija, que tendrás que aguantar las 3 semanas que te quedan, porque me ha dicho que si no, no te da el certificado de parvulitos, tendrías que repetir el próximo curso e ir un curso atrasada. El próximo año te cambiamos a primero de EGB, ahí al Mater, que ya verás lo buena que son las monjas. Y no tengas miedo, porque con lo que le he dicho, que se atreva a tocarte”.

Y yo me tragué la decepción de un solo sorbo, porque habría preferido desayunar las próximas 3 semanas bocadillos de mortadela que volver a mi clase de parvulitos.

Continuará…