jueves, abril 27, 2006

Vallecas al estilo Twin Peaks. Cap VII. La Matanza de Vallecas-Texas. Parte 7

En las noches de verano, los vecinos bajaban las sillas de camping y los abanicos a la puerta del portal. Algunos guardaban grillos en jaulitas de madera, colgados de alcayatas entre los ladrillos de las terrazas. Los valleros alargaban sus tardes de litrona y motovespas. Los hijos de “los campistas de los portales” pegaban trallazos a la portería pintada con yeso. Al final del verano se hacían las fiestas de la Virgen de la Torre, el patio se decoraba con guirnaldas y se hacían barbacoas, era entonces cuando más envidiaba a los hijos de los “campistas de los portales” porque mi bloque, el único nuevo de propiedad privada, estaba excluido y marginado de todo ello.

Los habitantes de mi bloque eran “trabajadores a mi nadie me ha regalado nada”, salían de casa a las seis de la mañana y volvían a la noche de los turnos paga hipoteca, con la tartera metálica rezumando aceitito de los filetes de lomo, caminaban despacito, pero, al pasar al lado de los realojados, apretaban el paso. Después en casa nos adoctrinaban sobre las bondades del trabajo de sol a sol y sobre “las diferencias entre ellos los realojados y nosotros, dispuestos a esperar en los muelles de carga de Mercamadrid a las cuatro de la mañana por si hacía falta alguién más para descargar un camión”. Los realojados nos pagaban tanta presunción y piso nuevo dejando la basura en la puerta de nuestros portales.

Yo pasaba las noches de verano envuelta en los gritos de la chiquillería, los rebufos de las motovespas y las quejas de mi padre que tenía que levantarse a las cinco y media de la mañana. Después, de madrugada, las voces se apagaban y quedaban sólo los murmullos ininteligibles de los “campistas de los portales” que acompasaban el ir y venir del mar de mi cama de 6 vueltas pesadilla. Las sábanas blancas mitad algodón mitad polyester oleaban rompiendo espumarajos sobre mi almohada. Yo navevaba en aquel mar buscando corrientes frías dónde apoyar mi mejilla, hasta que me dormía arrullada por el aleteo de los abanicos de las señoras que, como alas de gaviotas en desbandada, se abrían y cerraban violentamente bajo mi ventana, con el desparparjo del sofoco vallecano.

Una noche de aquel verano, en las que el mal bajaba suspirando bajito, agitando los matorrales de mi calle de Spaguetti Western, mi madre apareció en la puerta de mi habitación, a media noche y con el camisón empapado y dijo: “Ala hija vistete que nos bajamos a la calle a tomar el aire que yo no aguanto más la caló y el jaleo los valleros”.

Y fue así como pisé la calle del Vallecas al estilo Twin Peaks después de media noche, en la hora en la que el mal convertía los rictus de mis vecinos en tiesas sonrisas de pastilleros de after hour.

Continuará….