VTP. Cap VI. Los Soportales Prohibidos
Parte I. Agujas, tijeras y corriente eléctrica.
Recuerdo las tardes sin colegio en Cucarachalandia. Mi hermana La Rosita sin nacer la pobre. Mis hermanos en el colegio, los pobres. Mi padre en turno taxi-paga hipoteca, el pobre. Y mi madre y yo enhebrando agujas, las pobres, en la semipenumbra del cuarto de mis hermanos, a la hora de la siesta.
Mi madre, castaña caoba kolestint de metro cincuenta cortaba el hilo con los dientes, chupeteaba la punta, cogía la aguja, me daba el hilo y yo guiñaba, sacaba la lengua en posición “a ver si atino” y metía el hilo por el ojo a la primera. Nos pasábamos las tardes de invierno sumergidas en el cuarto de tonos de foto antigua de mis hermanos, convertido en sala de costura con bombilla de 60 Vatios pendiendo del casquillo y reloj de péndulo cortando el aburrido silencio.
Ella me explicaba, para hacerme una mujer de provecho, como se sacaba el bajo de los pantalones, con hilo de nudo simple y como se cosían botones con nudo doble. Yo me aburría mortalmente haciendo sombras chinescas a la luz de la bombilla de 60 Vatios y pegando y despegando el culo de la silla.
-“Estate un poco quieta hija, que parece que tienes azogue” – decía mi madre.
- “¿me dejas las tijeras del costurero para recortar la revista?”.
-“Las tijeras de costura no se tocan”
-“ Y ¿por qué?”
- “Pues porque te puedes cortar”
- “¿Puedo planchar yo los pantalones?”
- “No, la plancha no se toca”
-“ Y, ¿por qué?”
-Pues porque te puedes quemar.
- “ ¿te la enchufo que se ponga calentita?
- “!Deja eso ahora mismo¡, los niños chicos no pueden tocar los enchufes”.
- “ Y, ¿por qué?”.
- “Pues porque yo lo digo, y calla ya y estate quietecita”, “ Ay, hija, yo no sé que estarás barruntando…”.
Quieta me quedé. Mirando de reojo el enchufe, del que salía una voz diminuta susurrando muy bajito, muy bajito.
Continuará
Recuerdo las tardes sin colegio en Cucarachalandia. Mi hermana La Rosita sin nacer la pobre. Mis hermanos en el colegio, los pobres. Mi padre en turno taxi-paga hipoteca, el pobre. Y mi madre y yo enhebrando agujas, las pobres, en la semipenumbra del cuarto de mis hermanos, a la hora de la siesta.
Mi madre, castaña caoba kolestint de metro cincuenta cortaba el hilo con los dientes, chupeteaba la punta, cogía la aguja, me daba el hilo y yo guiñaba, sacaba la lengua en posición “a ver si atino” y metía el hilo por el ojo a la primera. Nos pasábamos las tardes de invierno sumergidas en el cuarto de tonos de foto antigua de mis hermanos, convertido en sala de costura con bombilla de 60 Vatios pendiendo del casquillo y reloj de péndulo cortando el aburrido silencio.
Ella me explicaba, para hacerme una mujer de provecho, como se sacaba el bajo de los pantalones, con hilo de nudo simple y como se cosían botones con nudo doble. Yo me aburría mortalmente haciendo sombras chinescas a la luz de la bombilla de 60 Vatios y pegando y despegando el culo de la silla.
-“Estate un poco quieta hija, que parece que tienes azogue” – decía mi madre.
- “¿me dejas las tijeras del costurero para recortar la revista?”.
-“Las tijeras de costura no se tocan”
-“ Y ¿por qué?”
- “Pues porque te puedes cortar”
- “¿Puedo planchar yo los pantalones?”
- “No, la plancha no se toca”
-“ Y, ¿por qué?”
-Pues porque te puedes quemar.
- “ ¿te la enchufo que se ponga calentita?
- “!Deja eso ahora mismo¡, los niños chicos no pueden tocar los enchufes”.
- “ Y, ¿por qué?”.
- “Pues porque yo lo digo, y calla ya y estate quietecita”, “ Ay, hija, yo no sé que estarás barruntando…”.
Quieta me quedé. Mirando de reojo el enchufe, del que salía una voz diminuta susurrando muy bajito, muy bajito.
Continuará
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