martes, julio 11, 2006

VTP. Cap VII. Parte 11.

Al principio el espectáculo era emocionante, al elevarse la boina una escuadrón de murciélagos pintaba una estela en el cielo, la estela formaba cintas negras que, lanzadas desde las ventanas invisibles, se entrelazaban donde la boina quedaba un segundo en suspenso. Al final la boina bajaba callada y vacía, mientras los murciélagos con sus alas negras enteladas caían otra vez dentro de los salientes de la pared.


La noche empezó a hacerse francamente aburrida. Nuestra Percepción Espanto Alicia Arácnida captaba la frustración de José el Cojo, la frustación iba acartonando los tejidos del cielo de verano. Peter y yo, ya sabíamos, que, si no cogíamos pronto un bicho de aquellos nos llevaríamos dos hostias con las que Jose el Cojo daría por terminada la caza.

Peter corrió hacia la boina, posada otra vez sobre la acera caliente, la cogió y la volvió a dejar caer, se volvió y gritó:

- Ha caído uno.

Peter y yo dimos un par de saltos de alegría, con los puños apretados en la victoria. José el Cojo se acercó con saltos rápidos sosteniéndose en volandas con sus muletas.

- Voy a por mi caja de gusanos de seda y lo metemos allí – decía Peter.

José el Cojo apuntaba ya con una de sus muletas al cielo. Su silueta de langosta gigante, de brazos rígidos y largos quedó bordada en el cielo teñido de negro, azul y amarillo cien por cien poliéster, de mi patio del Vallecas al Estilo Twin Peaks.

Peter estaba apoyando su rodilla en el suelo para volver a levantar un poco la boina y el golpe mortal le paso casi rozándole los nudillos, cayó sobre la boina, no sonó nada, Peter se echó para atrás y se quedó sentado, mientras José el Cojo apuñalaba la boina mortero con su muleta. Una marea negra emergío de las profundidades del paño.

- Niña – dame la boina que es de mi abuelo – dijo José el Cojo.

Y yo cogí la boina y, sin levantar la vista del suelo, se la dí.

Continuará...

jueves, julio 06, 2006

VTp. Cap VII. Parte 10.

La boina de paño subía y bajaba cortando la luz crema de las farolas, empotradas en el bloque de renta antigua.

- ¿Qué haces? – le dije.

- Cazo murciélagos – dijo él.

Yo me quedé callada.

- Y ¿cuántos has cogido?- dije un poco después.

- Ninguno, esto es como pescar, lleva un rato ¿sabes?.

- ¿Me dejas tirar a mí?

- No.

Estaba bastante emocionada, los murciélagos me daban algo de miedo pero, tener uno de verdad, eso era mejor que tener gárgolas imaginarias amaestradas. Si tuviera un murciélago lo alimentaría con moscas sin alas y le enseñaría a despeinar a las niñas repelentes de mi colegio de monjas. Dormiría por el día, y por la noche lo dejaría volar por mi habitación.

Peter se asomó por una rendija entre la persiana de madera recogida en un rollito con cuerda blanca y el alfeizar de su bajo de renta antigua.

- ¿Qué hacéis? – dijo.

- José el cojo va a coger un murciélago, le dije yo echando un trotecito hacia la ventana.

- Yo tengo una caja de zapatos, podemos guardarlo ahí.

- Bueno, pero yo lo cuido en mi casa.

- Eso ya lo veremos que yo tengo gusanos de cera para que pueda comer.

El reloj de la iglesia de San Pedro Advincula, donde fue bautizado Juan Malasaña heroe de los levantamientos del 2 de mayo, sentenció la una, y Peter y yo correteabamos patio arriba y patio abajo recogiendo la boina del Cazador de Murciélagos.