jueves, febrero 09, 2006

VTP. Cap VII. La Matanza de Vallecas-Texas. 2 parte

Segunda parte.

Con tanto grito y tanto follón mi yo surrealista se fue adelgazando. Me convertí en una niña de papel de arroz y me quedé allí, de espectadora camuflada entre el gotelet de la pared.

Mi madre decía: “Ay las malas compañías”.
Mi padre decía: “Este niño es tonto”.

Y mi hermano intentaba explicar que era para ayudar al padre de José El Cojo, que le habían dado de inválido por “lapolio”, porque estaba desesperado y si no tendría que robar, y que lo que él intentaba evitar era que sus amigos se murieran de hambre con el padre en la cárcel y con “lapolio”.

Mi padre dijo que que inválido ni que niño muerto, que se dejaba engañar y que él no estaba trabajando día y noche para que su hijo vendiera pañuelos en la calle.

Mi hermano replicó que peor es robar y que su amigo se iba a morir de hambre, y que no veía que tenia de malo vender pañuelos en los semáforos, que peor era vender caballo como andaban vendiendo otros.

Mi padre dijo que eso era malo, pero que engañar y explotar a los niños también lo era y que como viera al padre de José El Cojo le iba a coger de la chepera con “lapolio”, con muletas o con lo que le diera la gana y que ya vería entonces lo inválido que era, y que para eso había pensiones de invalidez.

Mi hermano dijo que no le reconocían la invalidez y que él iba a seguir haciendo lo posible por ayudar a esa familia.

Mi padre dijo que a ver que posibles iba a hacer si no iba a salir de su cuarto en los próximos cuatro años.

Mi hermano insistió que no sabía que tenía de malo vender honradamente pañuelos de algodón con ribete azul oscuro elegante para el caballero, indispensable para la señora y suave con la nariz de su niño, en la parada del 54. Que el marido de la señá Carmen, la madre de pedrito, iba al rastro a venderlos y que eso si valía y que en la parada del 54 no, y que lo que pasaba es que a mi padre le daba vergüenza que el barrio viera a su hijo trabajando en el semáforo.

Mi padre dijo que la vergüenza era una cosa inventada para los curas para tenernos dominados, y que a él no le daba vergüenza nada, pero que los menores vendieran pañuelos era ilegal y sanseacabó.

Y mi hermano dijo que lo que tendría que ser ilegal era matar de hambre a una familia y de un portazo se encerró en su cuarto.

La casa se quedó en un silencio espeso como la grasa que se pega a las paredes de la cocina cuando se fríe panceta.

Y yo, la niña de papel de arroz me fui despegando cachito a cachito del gotelet de la pared. A través del visillo de encaje de la terraza del salón entraba insolente un reflejo llameante e infernal, que auspiciaba la llegada de algo terrible, algo que sólo mi percepción Espanto-Alicia-Arácnida comenzaba a discernir acercándose hacia mi patio del Vallecas al estilo Twin Peaks.

Continuará

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Capítulo 2. Estoy con tu hermano en todo. A ver si en el capítulo 3 sigo pensando lo mismo...

2:07 p. m.  

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